¡Hola! Buen día, que bien se ve hoy ¿No nos habíamos visto antes? Pues tal vez lo he visto en la calle… Ah! ¿Es un turista? ¿Es la primera vez que visita la ciudad? Ahh, viene a vacacionar, es por las montañas, ¿no? Acá son tan lindas con ese tono rojo… Ah, es para visitar a su abuela ¿Puede que sea la señora María? Se parece mucho a ella… Ah, se llama Magali ¿Vive al lado de la señora Marta? ¿No? Entonces no la conozco, esperá, es prima de Mariana!? Si, si, si, la re conozco, era la profesora de mi hermanita Marisa… ¡Esta apurado! Perdón, me voy por las ramas. A ver… pan, jamón, queso, mayonesa… ¿Van a cenar un sanguchito? Siempre almuerzo eso con mi hermana los lunes, uno bien grande de tomate, me levanta el ánimo, porque es una de mis comidas favoritas… ¡Perdón! Acá está el cambio… me olvide 10 pesos ¡Que tenga buen día! Digo, buena noche! Se hizo tan tarde, eso dicen que significa que nevara, aunque nunca eh visto nevar en marte… ¡Lo siento, nos vemos!
¿Quiénes serán esos?- Pregunto mi hermano, espiando entre unas piedras
-Ni idea- le dije, mirando a los seres como un pez mira en una pecera. Eran altos como escaleras y con ropa extraña y blanca como la nieve que cae en medio del verano. Miraban todo a su alrededor, juntando todo lo que veían, hasta una piedra de lo más ordinaria ¿Qué le veían de especial? Ni idea. Mi gato, marrón como el agua, fue corriendo al encuentro de esos extraños.
-¡Guau! ¡Guau!- les ladro moviendo las orejas, contento de ver amigos para jugar.
-¡No, no, volvé para acá!- le susurre lo más fuerte que pude.
Era tarde.
Ya se frotaba entre las botas como baldes, ronroneando. Los seres, altos como toda la tarea apilada que medió la profesora para las frías vacaciones de verano, emitieron extraños sonidos desesperados, y corrieron hacia una cosa de metal tan grande como una ballena. Mientras, fui a rescatar a mi tonto gato, que me ladro, contento de verme.
-¡Humanos!- ladro, o al menos me pareció, porque los gatos no hablan, solo inventan palabras extrañas para nombrar las cosas que no conocen.
_Humanos- le repetí a mi hermano, sorprendido.
-Humanos- dijo, moviendo la cabeza en señal de aprobación por el nuevo nombre.



















Me pongo la campera y las botas,
ya que es probable que la noche este fría.
Es costumbre que con mi papá
salgamos a andar por las solitarias calles,
mientras escuchamos radio o charlamos.
Le había insistido para ir a la estepa
a ver el cielo,
ya que esa noche
Saturno se acercaría más a la tierra
y sería más fácil verla
en un lugar
totalmente oscuro.
La estepa es un lugar desolado,
lleno de plantas
amarillas y algunas verdes,
casi todas con espinas o
flores también amarillas y violetas.
Una de mis favoritas
es el cardo,
con una flor violeta
y con el centro todo peludo,
como si viviera un animalito en él.
Aunque en la noche,
las plantas dejan de ser el centro de atención,
y aparecen las liebres, rápidas y gráciles, y los tucu-tucu, un pequeño animal que vive en túneles subterráneo. Tristemente, no vimos ninguno de ellos pasar por una de las calles de tierra que tantas veces había pasado caminando y andando en bici. El cielo estaba lleno de grandes y pequeños puntitos blancos, la mayoría titilando, como si todas bailaran un ritmo. Tal vez alguna liebre este viendo el mismo espectáculo, o un cardo recordando
cuando unos alienígenas lo trajeron de otro planeta, no estoy segura, pero lo que si es que me confundí de hora y día para ver a Saturno.
Mis

textos :D
Para volver a mi pagina
Chau- le dijo Mateo a su mamá mientras cruzaba el pequeño portal de su escuela. Sino se apuraba le pondrían falta. Mientras corría en el patio se tropezó y cayó en un charco lleno de barro. Al levantarse vio que todo su uniforme rojo se había manchado. Por suerte el único testigo fue la estatuita del duende que estaba en la ventana de la oficina del director, que tiraba miradas maléficas por todo el patio de cemento. La escuela era conocida por tener avistamientos de duendes y por eso, el emblema del lugar no era solo esa macabra cara regordeta con ojos verdes, sino su peculiar uniforme, que hacia homenaje al gorro rojo sangre que el hombrecito llevaba puerto en su cabeza. Y también, por lo más importante, que el lugar donde, según cuenta la leyenda, ese travieso duende creo con magia la única planta mágica del mundo; la Dujoya (o la Dujo, como le dicen los amigos) que antes de su total desaparición dono generosamente a la escuela, siendo el mismo y único ejemplar por un siglo y medio.
-¿Qué paso? Pareces salido de un pantano- saludo amablemente Maxi- solo falta que tengas un camalote en la cabeza.
-Me caí en un charco, pero seguro Dujo lo arregla- y se dirigió a la ventana que había al lado de la puerta; la abrió y vio la planta gigante parecida a la de la historia de Jack y el gigante, pero más bajita.
-Dame una toalla- dijo demandante Mateo, y la planta enseguida empezó a hacer algo peculiar; una de sus hojas como platos se empezó a transformar en algodón, y después a una linda y suave toalla, que aunque él hubiera querido llevársela a su casa, siempre desaparecía (como todo objeto que fabricaba Dujo) después de haberla usado para solucionar un problema.
-Hoy volvió a tardar- se quejó Mateo
-Debe ser por los del 4 C, que hoy tienen prueba -supuso Maxi- los de ese grado se olvidan hasta de la mochila, la mayoría debe haberse olvidado un lápiz o un papel- dijo, mientras Mateo tiraba descuidadamente la toalla por la ventana hacia donde estaban las raíces de Dujo. La planta, aunque fuera mágica, tenía sus limitaciones, ya que lo único que podía crear con sus hojas era cosas de algodón o madera, lo cual era esencial para el que se olvidaba los pantalones especiales para educación física, o faltaba una silla en el aula.

Después de una larga hora de matemáticas, todos salieron al patio para disfrutar de sus quince minutos de recreo. Algunos jugaban a la pelota, otros charlaban y otros hacían carreras. Mateo comía tranquilamente sobre la rama de un árbol de manzanas que había al costado del muro, mientras jugaba a las cartas con Maxi, aunque cada tanto se les caía alguna de las viejas cartas por el viento que había o por simple descuido. Ya eran siete las cartas que se habían caído cuando Mateo decidió bajar del árbol para juntarlas, ya que dejaba que pasara un buen rato para ir a buscarlas. Las dejo prolijamente ordenadas y las guardo en su bolsillo, aunque le faltaba una; la dos de corazones.
Había ido volando para donde estaba la Dujo.
El chico corrió, doblo la pared que separaba el patio de la zona donde estaba el estacionamiento y la mística Dujoya, y vio a la escurridiza dos de corazones en una de las ramas de un pino. Pero no la fue a buscar en un largo rato, ya que lo más importante, era volver rápido al patio para llamar a Maxi, el resto de sus compañeros, los profesores y tal vez hasta el director.
-¡La Dujo, desapareció!- le dijo a su profesora de matemáticas y al resto de los que jugaban en el patio.